La inmersión lingüística ha estado en boca de todos los últimos días, por resoluciones judiciales, declaraciones y posicionamientos. Está claro que una minoría, un puñado de personas, no pueden destrozar la concordia de la mayoría, que se ha conseguido con tiempo, con responsabilidad, y con convicción. Ningún caso aislado se puede elevar a categoría de conflicto generalizado de convivencia lingüística entre los diez mil escolares que tenemos en la ciudad. Cornellà es un buen ejemplo de que la inmersión lingüística no genera un problema de convivencia, sólo tenemos que comparar nuestra realidad hoy con la de hace treinta años. Aquí se tomaron medidas pioneras para que una generación entera, de forma paulatina, dentro de una realidad de tolerancia y de bilingüismo, haya aprendido catalán con toda normalidad.
Los problemas reales están en la transferencia del conocimiento, en las herramientas que vamos a ofrecer a esta sociedad. Porque hay algunos que se aferran a banderas para intentar azuzar a las masas, hacer ruido, cuando están ocultando otras cosas. Podemos dedicar nuestro tiempo a discutir en qué lengua se educa, pero eso será si tenemos escuelas para educar a nuestros hijos e hijas. Si tuviéramos que cerrar escuelas, como se cierran equipamientos de salud públicos, ¿qué más da la lengua en la que les vamos a educar? Vamos a ser serios. Con la misma firmeza que defendemos algunas cosas, todos tenemos que ser más responsables en no poner en crisis con decisiones “economicistas” nuestro modelo educativo.