‘Patria’ ha sido un fenómeno literario durante el último año. Arranca cuando ETA anuncia su fin, pero vuelve hacia atrás para observar el tortuoso camino que lo precedía. Habla de personas cercanas, familiares, amigos, que ven su vida condicionada de una u otra manera por su posicionamiento político, y en el fondo la advertimos envenenada por la violencia. Y son realidades muy cercanas a nosotros, que hemos vivido como observadores suficientemente próximos como para adentrarnos en la novela con cierta incomodidad.
Quería dedicar unas líneas a esta novela hace tiempo, la leí hace meses, pero no quería que se viera como una fácil y errada analogía con la actualidad política. Por un lado, eso va a resultar inevitable, porque de cualquier lectura sacamos conclusiones y modulamos nuestra manera de pensar, pero por el otro, no es mi intención aleccionar a nadie sobre “lo que puede pasar”, sacando el libro de contexto y las cosas de quicio. Pero es cierto que en ocasiones he temido que, sin diálogo, sin ser capaces de sentarse a una mesa y hablar, la convivencia social corre peligro.
Hoy esta novela puede parecer un relato catárquico destinado a los que hemos vivido ese pasado, un retrato de lo que sucedía de puertas adendro de la sociedad vasca de la segunda mitad del siglo XX. Pero tiene entidad para llegar a las generaciones futuras como una pincelada de ficción que ayude a hacerse una mejor idea de la realidad, de las realidades, de lo que conocíamos o suponíamos, y desde un prisma distinto al de los periódicos, televisiones o discursos políticos de su momento.